Valorar más lo más importante.

Una mañana de junio de 2023 en la heladería “El Batá” de El Campello estuve desayunando con mi mujer, unas (MUY) amigas nuestras, el yerno de una ellas y el hijo de este que acababa de realizar su penúltimo examen de 2º de Bachillerato, previo a la PAU. Fue un estupendo encuentro intergeneracional lleno de afecto mutuo, simpatía y… profundidad de ideas. La verdad es que, una vez más se comprueba la exuberancia de la creatividad que, en un clima adecuado, no puede sino brotar, crecer y desbordar a quien tiene, recibe y comparte las ideas.

Hablando con nuestro querido estudiante de su inmediato futuro, le comentaba que, aunque ahora no necesitase presentarse a la PAU para los estudios que pensaba seguir, hacerlo le permitiría dejar puertas abiertas para la posibilidad futura de ser universitario si cambiaba de idea. Me sorprendió gratamente al reconocer que, efectivamente, para salir adelante en la vida había que estar abierto a todas las posibilidades.

De forma muy simpática, comparó la actitud que convenía tener ante el futuro con lo que hacen los monos en la selva para conseguir sus objetivos; en tiempo real y cuasiautomático se lanzan a la primera rama que tienen delante alcanzando una posición desde la que pueden ver posibilidades que no podían ver antes.

No recuerdo cómo, la conversación discurrió hacia la complejidad de la vida y la enorme inseguridad que genera, y las patologías, incluso graves, que puede generar la ansiedad de querer tenerlo todo bajo control; también salió a relucir la idea de la falta progresiva de confort que se produce al querer estar a toda costa, y siempre, dentro de la zona de confort. En este punto, nuestro joven estudiante dijo que, en el fondo, la vida era algo simple.

Percibí con especial intensidad que allí se había hecho presente una idea muy profunda y “jugosa”; ¿la vida es simple o compleja? La mirada y el tono con que se expresó sugería que era posible armonizar ambos enfoques. De ahí surgió la idea de la importancia de la simplicidad profunda, no la de los simplones, sino la de Dios, suma simplicidad (carece de partes) y suma potencialidad. El logro de objetivos no siempre está relacionado con un ansioso y desaforado y estresante activismo; es más, a veces, está ansiedad ahuyenta la eficacia y le eficiencia.

A pesar de lo agradable e interesante de nuestro encuentro y lo allí aprendido, el aprendizaje más importante que tuve ese día fue, cuando, esa misma tarde, la madre del estudiante, muy querida y entrañable amiga nuestra, me dijo:

“¡Cómo he sentido no poder estar con vosotros esta mañana, tenía que trabajar! Pensé varias veces que el trabajo, aun siendo necesario, me estaba impidiendo hacer algo más importante: compartir momentos valiosos con las personas que quiero”.

Reconozco que esta idea me ha marcado; no se me olvidará fácilmente. En un mundo que hipervalora la productividad, el activismo, la preeminencia del trabajo sobre la vida de familia, y algunas otras aberraciones, es una bocanada de aire fresco experimentar como un día cualquiera en una situación cualquiera una persona abre un horizonte amplio de encuentro interpersonal, lo cual es, en definitiva, lo más importante de la vida en todos los sentidos.

En otro contexto informal en la piscina de una urbanización de la sierra de Madrid una vecina de mi hijo, tras un rato de agradable y afectuosa charla informal, cervecita incluida, comentó, como de pasada, que un día su yerno, al volver a casa después de una jornada de intenso trabajo dijo que estaba muy cansado a lo que su mujer, embarazadísima, le dijo algo así: “Yo también estoy muy cansada, he tenido mucho trabajo “fabricando” el cuerpecito de nuestro bebé”.

Me encantó la ocurrencia, y la simpatía con la que lo contó, y me hizo pensar en la necesidad de caer en la cuenta de que es necesario, imprescindible, valorar de modo eminente el “trabajo” de engendrar personas. No solo por intentar frenar el invierno demográfico en el que, desde hace algunos años, nos encontramos, sino por la importancia ontológica, esencial, de la vida, especialmente de la vida humana.

Ya se ve que las lecciones de la vida se pueden aprender en los sitios más inesperados y de labios de “maestros” que enseñan sin pretenderlo. La propia vida es una gran lección.

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