¿Quién tiene la culpa de lo que me pasa?

Compleja, y mal formulada, pregunta. En primer lugar, así planteada la cuestión supone que lo que te está pasando es malo y que alguien, no tú “por supuesto”, es culpable.

Sin caer en ingenuidades, hay que reconocer, o saber si no has tenido experiencia de ello, que no todo lo que, en principio, parece un mal lo es. Un simple ejemplo vivido en primera persona: cuando quince días antes de mi boda me quedé sin empleo, me llevé un gran disgusto, un enorme disgusto. Una semana después, tras haber recorrido frenéticamente “media España”, encontré trabajo en una ciudad en la que no se nos hubiera ocurrido pensar como posible residencia de nuestro matrimonio. Pues bien, es una de las mejores cosas que nos han ocurrido en la vida, no solo laboralmente, sino que en muchos sentidos se nos abrieron amplísimos horizontes vitales.

Por otro lado, eso que crees que “te” pasa solamente a ti suele pasarle a muchísimas personas y, por lo general, viene a ser algo normal en la vida. En el “110” % de las ocasiones, el “universo” no se dedica a conspirar contra ti y desde luego la manida frase “Dios es injusto, ¡cómo me ha podido hacer esto!” no resiste un análisis conceptual serio desde ningún punto de vista.

Pero vayamos al supuesto de que realmente te esté pasando algo indeseable y, lógicamente, quieras saber a qué se debe.

Sin pretender ingenuamente ofrecer una fórmula bien definida y clara, lo cual pienso que necesariamente sería señal de ser falsa, y partiendo de que la realidad es inabarcable en todos sus aspectos, solo quiero reflexionar sobre dos grandes peligros en los que muy fácilmente se puede caer bajo el nefasto impulso de las dos grandes ideologías, ambas peligrosísimas, del colectivismo y el individualismo.

Algunas personas tienden a responsabilizar a los demás de lo que les ocurre, especialmente si es malo o lo perciben como tal. En este sentido, también la responsabilidad de los males sociales, o lo que ellos consideran males sociales, la tiene “la sociedad”; por cierto, me gustaría poder contactar con “esa señora llamada sociedad” para “cantarle las cuarenta” y que deje de perjudicar a las personas y al planeta. Estas personas creen que la solución de los problemas humanos viene exclusivamente desde “arriba”, mediante leyes que regulen lo más exhaustivamente toda actuación humana; no es infrecuente que miren con sospecha toda iniciativa privada.

Otras, creen, bajo la acción de mantras que exaltan la responsabilidad individual como única fuerza social, al menos como única fuerza legítima, que, cuanto menos acción pública haya por parte de los gobernantes y más se fomente el ámbito privado, mejor nos irá. Algunas de estas personas, acaban cayendo en un “celo amargo” ante “lo que está pasando” y sorprendentemente, en muchos casos, añoran un estilo de gobierno político e institucional en el que el ideal sería que “alguien” legalmente impusiera el bien. A lo largo de los años he observado como bastantes personas, de las que piensan que el Estado «per se» impone un pensamiento único tienden paulatina, pero tangiblemente bien a un estado de tristeza o, en el extremo opuesto, de crispación vital.

Todas estas reflexiones me han venido a la cabeza al leer la reseña del libro: “GROSSMAN, Vasily, Vida y destino, Barcelona, Galaxia Gutenberg, 2009” de mi querido antiguo alumno Juan Ignacio Vargas Ezquerra en su blog Vida y destino | ¡Averígüelo Vargas! (averiguelovargas.blogspot.com). y el artículo de Alfredo Marcos, Catedrático de Filosofía de la Ciencia de la UVA, “Una inteligencia no tan artificial”. Considero ambas publicaciones muy recomendables.

Para no cerrar esta entrada sin una especie de colofón, y tratando de responder – absurdo empeño – a la pregunta que la titula, considero que:

  1. En lo que a uno le pasa, en un momento concreto o como tendencia, influyen muchas variables, muchas de las cuales no son controlables fácilmente y, en muchos casos, en modo alguno.
  2. Pretender tener todos los aspectos de la vida bajo control, y sufrir cuando no se logra, puede ser una importante causa de desequilibrio mental. Además, no parece que sea algo deseable.
  3. Es necesario ser consciente de que “Todo hombre si se lo propone puede ser escultor de su propio cerebro” (Ramón y Cajal, padre de la Neurociencia).
  4. Es imprescindible, y prácticamente imposible, distinguir entre la realidad y sus “infinitas” interpretaciones; por vía intelectual, solo tenemos acceso a las interpretaciones.
  5. Conviene pensar en el papel histórico que desempeñamos cada uno al contribuir con nuestra actuación concreta del día a día a un mundo más fraterno y, por tanto, más justo, o… a lo contrario.
  6. ¿Los grandes tiranos – desgraciadamente muchos – hubieran podido llevar a cabo sus sangrientas fechorías, muchas de ellas disfrazadas de nobles ideales, sin la colaboración de muchos miles y millones de cómplices que secundaban sus salvajadas?
  7. Quizá la culpa de gran parte de lo que “a mí” me pasa la tenga yo mismo al situarme, quizá inconscientemente en el “centro del escenario” y creer que todo lo que los demás hacen me lo hacen “a mí”.
  8. Probablemente el mundo sería mucho mejor si, de una vez por todas, aplicásemos en nuestra vida particular concreta este par de máximas:
  • «Pues si yo, el Señor y el Maestro, os he lavado los pies, vosotros también debéis lavaros los pies unos a otros» (Jn 13, 14).
  • Como el almendro florido has de ser con los rigores, si un rudo golpe recibes suelta una lluvia de flores”. Poema de Salvador Rueda titulado COPLAS.

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